Alfredo Merlo
Aunque la mente sea un conducto poderosísimo, ni con toda su fuerza alcanza para situarnos en la Buenos Aires de principios de siglo XIX. La imaginación flaquea y los libros de historia son un apoyo teórico que, aunque en algunos casos muy buenas referencias para entender lo sucedido, nos trasladan a esos escenarios del pasado sólo momentáneamente hasta que uno interrumpe la lectura y desbarata aquel trance. En esa ciudad capital del Virreinato del Rio de La Plata ocurrió una historia que revela cuan disímil era aquella época a la actualidad, cuántas diferencias existen entre los adolescentes de uno y otro siglo y cómo fueron alternando sus intereses y sus formas de pensar.
El joven salteño de 21 años Martín Miguel de Güemes disfrutaba con amigos de una obra teatral la noche del 24 de junio de 1806, cuando aquel súbito rumor paralizó el ambiente del teatro. La noticia, que ya venía merodeando las calles de Buenos Aires, se confirmaba: una escuadra de bandera británica había penetrado en la ciudad. El suceso no resulta extraño a la luz del contexto de aquellos años. Las tropas británicas, impulsadas por su victoria sobre la alianza franco-española en la Batalla de Trafalgar del año anterior, pretendían extender sus dominios y refrendar su condición de potencia. Eran los soldados más valientes del mundo, los que habían derrotado a Napoleón y los que llegaban a hasta ese dominio español del sur del planeta en busca del tesoro resguardado por el Virrey Sobremonte. El propio Sobremonte, representante de la corona española en ese territorio que años más tarde sería conocido como Argentina, tenía la orden de, ante cualquier invasión o riesgo evidente, salvaguardar los intereses del reino, sobre todo el tesoro. Fiel al Rey, no prestó su apoyo para la resistencia del pueblo ante la Primera Invasión inglesa: huyó a la ciudad de Córdoba donde fue detenido por soldados británicos y fue responsable de que "los Colorados" sitiaran Buenos Aires, la invadieran y por 146 días la gobernaran.
Ante esa falta de protección, aquel joven que disfrutaba del espectáculo y que en el año 1799 se había unido al Batallón fijo de línea, se encausó directamente en la misión de Santiago de Liniers, quien asumió el mando militar ante la ausencia de una referencia marcial, de atacar a los ingleses y reconquistar la ciudad. Asumió la responsabilidad de vigilar y hostilizar las naves enemigas con la ayuda de las tropas de otro joven que en ese momento aún no había cumplido los 30 años como Juan Martin de Pueyrredon. Abordó al buque Justina y capturó un centenar de prisioneros. Al año siguiente, durante la Segunda Invasión, ya como subteniente, asistió a la campaña contra las tropas de Whitelocke. Al igual que Güemes muchos jóvenes se enlistaron, muchos criollos también lo hicieron y gracias a su coraje lograron con éxito la expulsión de Inglaterra que le confirió a Buenos Aires un aire de supremacía tácitamente aceptada por el resto de las provincias.
Otro joven con participación en las Invasiones fue Juan Manuel de Rosas. Durante su presidencia se publicitó su participación en esas contiendas asegurando que "había salvado a la patria antes de que naciera". Durante la Reconquista, por entonces un niño de trece años, Rosas fue nombrado como "agregado de artillería". Su participación en la Segunda Invasión es más dudosa: algunos historiadores coinciden en que como en ese momento no cumplía con la edad mínima que el Reglamento de Milicias exigía para el cuerpo de voluntarios, fue dado de baja quince días antes de la batalla. Más allá del detalle, resulta caótico trasladar la situación a tiempos más actuales: inverosímil imaginar a un preadolescente enlistándose, o al menos pretenderlo, en un ejército para combatir a una de las mejores artillerías del mundo.
Las Invasiones Inglesas significan algo más que simples batallas que refuerzan el sentido patriótico. Su éxito no sólo le permitió a Buenos Aires reforzar su poderío administrativo e imponerse sobre sus rivales Córdoba y Montevideo: además, adquirió un temible poder militar y un prestigio moral que comenzaron a delinear el panorama favorable que germinó La Revolución de Mayo pocos años más tarde. Miles de jóvenes posibilitaron esa situación inimaginable 200 años después, en tiempos en que Inglaterra no es más que una selección de Playstation muy bien ponderada por jugadores como Wayne Rooney, Frank Lampard o Steven Gerard.
Otro joven con participación en las Invasiones fue Juan Manuel de Rosas. Durante su presidencia se publicitó su participación en esas contiendas asegurando que "había salvado a la patria antes de que naciera". Durante la Reconquista, por entonces un niño de trece años, Rosas fue nombrado como "agregado de artillería". Su participación en la Segunda Invasión es más dudosa: algunos historiadores coinciden en que como en ese momento no cumplía con la edad mínima que el Reglamento de Milicias exigía para el cuerpo de voluntarios, fue dado de baja quince días antes de la batalla. Más allá del detalle, resulta caótico trasladar la situación a tiempos más actuales: inverosímil imaginar a un preadolescente enlistándose, o al menos pretenderlo, en un ejército para combatir a una de las mejores artillerías del mundo.
Las Invasiones Inglesas significan algo más que simples batallas que refuerzan el sentido patriótico. Su éxito no sólo le permitió a Buenos Aires reforzar su poderío administrativo e imponerse sobre sus rivales Córdoba y Montevideo: además, adquirió un temible poder militar y un prestigio moral que comenzaron a delinear el panorama favorable que germinó La Revolución de Mayo pocos años más tarde. Miles de jóvenes posibilitaron esa situación inimaginable 200 años después, en tiempos en que Inglaterra no es más que una selección de Playstation muy bien ponderada por jugadores como Wayne Rooney, Frank Lampard o Steven Gerard.
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