Alfredo Merlo
El valor, puntal de las grandes conquistas, muchas veces subestimado por el brillo del éxito, es lo que intentará destacar el siguiente pequeño artículo sobre Marx. Más allá de coincidir o no ideológicamente con el alemán, estas palabras tienen el objetivo de reivindicar una actitud y no un ideario.
Miles de detalles subyacen detrás del éxito. Detrás del maquillaje del hecho consumado se esconden otras causas de aparente menor incidencia, pero tan fundamentales como otras mucho más ponderadas. La historia de Karl Marx, el filósofo alemán padre del comunismo moderno, del socialismo científico y del marxismo, registra uno de estos sucesos poco resaltado a la hora de escribir sobre el intelectual pero que fue el puntal de sus pensamientos e ideas que más tarde darían la vuelta al mundo. Es que este joven de familia ilustrada y liberal, al trasladarse a Berlín por motivos de estudio a los 20 años, adoptó los preceptos básicos de la filosofía hegeliana, de una tendencia progresista y democrática, contraria al pensamiento de su familia. "Enfermé como ya te he escrito, (...) de la irritación que me consumía por tener que convertir en ídolo mío a una concepción que odiaba", relató en la carta que en el año 1837 le escribió a su padre para anunciarle el golpe de timón intelectual que lo ubicó en la vereda de enfrente. Sin ese valor que tuvo este joven para desestimar todo el ideario familiar, la historia del pensamiento no hubiese gozado de sus análisis, doctrinas y ensayos que, a más de cien años de su muerte, aun mantienen su vigencia.
El valor, puntal de las grandes conquistas, muchas veces subestimado por el brillo del éxito, es lo que intentará destacar el siguiente pequeño artículo sobre Marx. Más allá de coincidir o no ideológicamente con el alemán, estas palabras tienen el objetivo de reivindicar una actitud y no un ideario.
Miles de detalles subyacen detrás del éxito. Detrás del maquillaje del hecho consumado se esconden otras causas de aparente menor incidencia, pero tan fundamentales como otras mucho más ponderadas. La historia de Karl Marx, el filósofo alemán padre del comunismo moderno, del socialismo científico y del marxismo, registra uno de estos sucesos poco resaltado a la hora de escribir sobre el intelectual pero que fue el puntal de sus pensamientos e ideas que más tarde darían la vuelta al mundo. Es que este joven de familia ilustrada y liberal, al trasladarse a Berlín por motivos de estudio a los 20 años, adoptó los preceptos básicos de la filosofía hegeliana, de una tendencia progresista y democrática, contraria al pensamiento de su familia. "Enfermé como ya te he escrito, (...) de la irritación que me consumía por tener que convertir en ídolo mío a una concepción que odiaba", relató en la carta que en el año 1837 le escribió a su padre para anunciarle el golpe de timón intelectual que lo ubicó en la vereda de enfrente. Sin ese valor que tuvo este joven para desestimar todo el ideario familiar, la historia del pensamiento no hubiese gozado de sus análisis, doctrinas y ensayos que, a más de cien años de su muerte, aun mantienen su vigencia.
Pero la historia de ese hombre de barba tupida que hoy es la imagen de miles de remeras no empezó con aquellos logros y acciones que todo el mundo refiere en primera instancia al escuchar su nombre. La historia del autor de El Capital, ese ensayo crítica de economía política, comenzó a gestarse entre la noche del 10 y el 11 de noviembre de 1837 cuando escribió aquella carta en la que le comunicó a su padre su desembarazo de las que hasta ese momento habían sido sus ideas. Esa reconversión intelectual, temeraria si se juzga la época mucho más estructurada y en la que renunciar a las herencias familiares era profanar lo sagrado, fue, quizás, la clave para su posterior desarrollo, fama y propagación mundial. Demasiado fácil hubiese sido anclarse en lo que ya tenía, en conformarse con su posición y hacer oídos sordos a ese pensamiento que lo llevó a intentar cambiar el mundo.
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