Alfredo Merlo
El 2 de julio se cumplen 17 años de la muerte de Andrés Escobar, el futbolista colombiano que pagó caro haber convertido un gol en contra jugando para su país en el Mundial 1994, y fue asesinado de seis balazos. Todo el fútbol se rendirá en su homenaje, todo un país reclamará porque la justicia se retrotraiga y deje trunca la prisión domiciliaria que les concedió a sus asesinos en 2005.
El 2 de julio se cumplen 17 años de la muerte de Andrés Escobar, el futbolista colombiano que pagó caro haber convertido un gol en contra jugando para su país en el Mundial 1994, y fue asesinado de seis balazos. Todo el fútbol se rendirá en su homenaje, todo un país reclamará porque la justicia se retrotraiga y deje trunca la prisión domiciliaria que les concedió a sus asesinos en 2005.
Los hilos que entretejen el éxito suelen ser muy delgados, tan sensibles que una mala tarde puede postrar a un protagonista, de un sacudón y sin avisos previos, a la hoguera de la crítica desmesurada. Ese, el enjuiciamiento desmedido y fanatizado, hubiese sido para el futbolista de la Selección colombiana Andrés Escobar un camino saludable, una salida benigna. Pero el destino, tan odioso en algunos casos, ya tenia montado otro escenario. Hasta la tarde del 22 de junio de 1994, Escobar era conocido y ponderado como uno de los grandes valores del fútbol colombiano: desde hacia 6 años era una de las figuras no sólo del Atlético Nacional de Medellín sino también de la selección cafetera, para la que había marcado el único gol que este país anotó en el mítico estadio Wembley, en el empate 1 a 1 frente a Inglaterra en marzo de 1988. Pero su historia se deformó aquel día en que Estados Unidos y Colombia se enfrentaron por la segunda fecha del grupo 1 de la Copa del Mundo, en el Rose Bowl de Los Angeles. Los sudamericanos necesitaban la victoria para llegar a la última jornada con chances de clasificar a la siguiente ronda, pero fueron derrotados 2 a 1 por el anfitrión del torneo que se puso en ventaja gracias a un gol en contra del propio Escobar. El equipo que dirigía Francisco Maturana, aunque se impuso ante Suiza 2 a 0 en su última presentación, se despidió del Mundial con la cabeza gacha y con el título de fracaso debajo del brazo.
El 29 de junio, Escobar, noble y recto como lo reputaban todos sus allegados, no hizo caso a las indicaciones de los dirigentes colombianos y decidió regresar a su país antes de tiempo. “Vino a dar la cara”, contó su madre años más tarde. Tres días después de su regreso salió con amigos a celebrar la concreción de un plan para instalar escuelas de fútbol con su nombre en la ciudad de Medellín, proyecto del cual también formarían parte su hermano Santiago, su padre Darío y su amigo Juan Jairo Galeano. En la disco Padua sufrió las cargadas de los hermanos Pedro David y Juan Santiago Gallón Henao, relacionados con el paramilitarismo y los cárteles de narcotráfico, quienes le endilgaron haber sido el responsable de la eliminación de Colombia. Al separarse de sus amigos se reencontró con los Gallón en el estacionamiento de la disco, volvió a ser víctima de sus insultos y, harto de los agravios, exigió respeto e intentó esgrimir explicaciones para atemperar el estado de sus detractores. El chofer y guardaespaldas de los hermanos, Humberto Muñoz Castro, sin responder las palabras del futbolista, desenfundó un revolver calibre 38 y le disparó 6 balazos a quemarropa: murió en la ambulancia, camino al hospital. La hipótesis de que sus asesinos pertenecían a una red de apuestas clandestinas nunca fue comprobada, aunque la opinión pública siempre tomó por cierto este móvil.
A diecisiete años de su muerte, Escobar sigue vigente: murió la persona, el espíritu no. Esta sentencia, lejos de ser algún lugar común sensiblero y ocasional, representa la fuerza de su familia que un mes después de su asesinato comunico el lanzamiento del Programa Andrés Escobar, aquel proyecto que el destino no quiso que Andrés llegara a concretar y que hoy nuclea a miles de jóvenes carentes de recursos de Medellín.
Imposibilitados de viajar hasta su ciudad para rendirle homenaje en la tumba donde descansan sus restos, visitada diariamente por miles de fanáticos de Atlético Nacional, este es nuestro pequeño homenaje, nuestra flor en el recuerdo de un hombre que murió por jugar a la pelota, y nuestro sencillo acople al reclamo general de todo un país que pide porque sus asesinos vuelvan al lugar que les pertenece: la prisión.
El 2 de
- L
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