Historias de jóvenes con espaldas anchas

jueves, 16 de junio de 2011

UNA MUSICA DISTINTA Y UNA VIDA SIMILAR

Alfredo Merlo

Existen palabras que no requieren de otras para apoyar un argumento, encierran ideas por sí solas. Destino es uno de estos términos capaces de validar una explicación de manera independiente. La vida de María Fernanda Sáenz, lo que equivale a decir su amor por la música, representa un caso de este tipo en los que a falta de bases racionales es conveniente imputarle ciertos hechos a fuerzas superiores. "Cuando estaba en el vientre de mi madre, ella ponía un grabador con música y lo acercaba a su panza para que yo escuchara", rememora.  Pero la aparente magia de ese episodio se opacaría, y ese recuerdo no sería más que una simple anécdota, si después aquella nonata, en su vida propiamente dicha, no apoyara con hechos todo su significado. "Nunca conocí un amor tan puro como la música. Desde niña, cuando comencé con el tambor hasta mi presente, que lo hago todo por la música, por aprender, por crecer con mis canciones", asevera con la mirada fija y profunda como sus convicciones, y cierra ese círculo que abona la teoría de que la vida de las personas no se rige por casualidades. "Fuerza mística", prefiere aducir.

De su infancia en Santo José tiene un recuerdo claro: su aversión a las clases de piano y a todo método que "le quitara el espíritu a la música". Desestimó siempre la enseñanza con un profesor, con un horario y con algunas reglas de conducta. "La música nace del aquí (se golpea el corazón). No tiene sentido ir a un profesor, la música significa desestructurar y un profesor lo que hace es exactamente lo contrario", argumenta. Así fue creciendo, se fue desarrollando y fue acunando a ese personaje que recorrió Centroamérica y que hasta se dio el lujo de cantar para uno de los programas de la cadena multimediatica mexicana Televisa. Ese estilo autodidacta la fue marcando, la fue volcando no sólo al canto sino también a la producción, y a lo que ésta actividad implica. "Empecé a leer, a contemplar paisajes, a disfrutar de los momentos y a buscar todo aquello que me sirviera para inspirarme" Se empapó de poesía, de filosofía: se transformó en una especie de ermitaña saludable abocada únicamente a crear letras y darles ritmos.

El éxito, ese tesoro que es el eje de cualquier artista, la tomó por sorpresa. Lejos de ser este un juicio ocasional, su caso es de uno de esos que suceden entre un millón. "Misteriosamente, de casualidad, por medio de un conocido, a un productor musical le llegó uno de los audios que había grabado en mi casa con el micrófono de la PC: me hizo la propuesta de lanzar un CD, mi primer material", explica y enseguida frunce el ceño. Es que detrás del maquillaje de esa primera oportunidad, de la incipiente fama que logró acaparar después de aquel lanzamiento, previó la claudicación de su idea fundacional, la de ser una mensajera de algo superador y no un elemento más de la industria que se acaba cuando deja de ser una moda. "Con el disco en calle, me fui convirtiendo en un producto, en algo que no quería ser. El estilo musical que más sentía no era con el que me estaba alcanzando el éxito. Esto, sin dudas significó una gran depresión", relata con madurez, como quien ha sabido capitalizar los deslices, sacarles fruto. Y así se exilió en una isla. Estuvo 9 meses aislada del mundo, de la tecnología; en compañía única de los libros y su guitarra. Y recibió el llamado de un líder de una prestigiosa banda guatemalteca que le ofreció abrir el show que iban a dar por su treinta aniversario. Y volvió de su ostracismo. Y encontró en Guatemala "un lugar increíble" que hoy la tiene a ella  como a una de esas tantas personas que visitan este país, tantos turistas que llegan por un  par de días y otros que se quedan para toda la vida, tantas influencias musicales que convergen en sus islas paradisiacas. "No vivo en la Capital sino en una pequeña ciudad que estar próxima a Ciudad de Guatemala y que es un pasaje en el que se ven turistas de todas partes que vienen con sus músicas y de los que trato aprender algo nuevo".

De visita en la Argentina, se hospeda a metros de la Avenida Santa Fe, esa calle por la que diariamente transitan miles de adolescentes como ella pero tan distintos a la vez. Es que esta costarricense,  sin ánimo de ofensa, encaja perfecto en el grupo de los bichos raros. Y no es peyorativo el catalogo, mas bien una conclusión genuina después de haber compartido un momento junto a ella. Porque su mirada es profunda, tanto que inhibe. Porque sus gestos no son comunes, tienen un aire singular que la vuelve interesante. Porque no usa BlackBerry, ni se sirve del Facebook para estar en contacto. Porque nunca se saca los lentes, esos que parecen marcar el límite entre ella y el mundo, entre su música y el resto, entre su vida y la realidad. “Y sí, te diría que no me siento un personaje de este mundo”, concede con una carcajada.

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